lunes, 28 de marzo de 2011

Patrias de saldo

Desde el momento en que alcanza el poder, todo régimen autoritario se apropia de las enseñas nacionales para simplificar su doctrina respecto al pueblo llano. En su fase más rudimentaria, el cerebro humano es un artefacto maleable, en el que pueden introducirse toda clase de conceptos vacuos si se los adorna con la suficiente dosis de épica y heroísmo. Independientemente de su cariz ideológico, las dictaduras proceden a identificar la patria con la situación de poder vigente. Arroparse en la bandera como un prócer del romanticismo es una maniobra útil y permite vilipendiar a la oposición política bajo el apelativo generalizador de enemigos nacionales. El patriotismo exacerbado es una de esas creencias que pueden llevar a la humanidad al colapso y entendido como un dogma de fe conduce al enfrentamiento visceral en toda colectividad social. 
 
Ningún régimen dictatorial ha sido excepción en esta atribución solemne de la defensa de los valores patrios. Hitler clamaba por reeditar la gloria del viejo Reich alemán, Mussolini rescató las águilas de la Roma Imperial, Saddam Hussein gustaba de compararse con Saladino y Pinochet y Videla realizaron todas sus fechorías bajo la excusa de defender los intereses nacionales. Incluso las dictaduras comunistas, cuya ideología aboga en principio por el internacionalismo socialista y la desaparición de todas las barreras, terminaron por construir la entelequia del amor a la patria una vez se establecieron en instituciones burocráticas. Stalin propugnó el concepto de la revolución de un solo país, forma edulcorada de afirmar la primacía de los intereses nacionales, sesgando así el sueño de Lenin de convertir la Unión Soviética en el epicentro de la insurgencia mundial. Desde la cúspide de la opresión, se mira al pasado con una fijación inquietante y de las páginas de la historia se exhuman personajes célebres para convertirlos en seguidores del movimiento con carácter póstumo. Fidel Castro ceñía sus diatribas con innumerables menciones a José Martí, el libertador de Cuba, Gaddafi acudía a reuniones internacionales con un retrato del beduino Omar Mukhtar, líder de la resistencia libia contra el fascismo italiano, e incluso un gobierno inclasificable y con futuribles maneras de dictadura, el de Hugo Chávez Frías, ha hecho de Simón Bolívar el callado e involuntario justificador de todas sus discutibles medidas.

No es casualidad que se haya acudido a la idea nacional como medio para lograr el apoyo popular a una dictadura. Inculcados a temprana edad, ciertos conceptos quedan grabados en el individuo con una intensidad indeleble y su puesta en duda por parte de un tercero desata un aluvión de agresividad irracional. La religión y el patriotismo son los máximos exponentes de este drama humano y hacer aprender a los críos himnos clericales o loas a las beldades de la patria es una forma inmejorable de manipular su raciocinio desde una edad temprana. Los avances de la ciencia han demostrado que los hombres son idénticos a cualquiera de sus iguales y por ello la insistencia en marcar diferencias en función de una latitud concreta es una tara arcaica, propia de mentes lastradas por el prejuicio y las convicciones inculcadas. En los albores del mundo, los seres humanos transitaban la naturaleza con la libertad de niños ingenuos y las fronteras son sólo creaciones impuestas que conducen a la tensión y una disparidad falsaria. 
 
Es una ilusión risible la de considerar que una persona puede ofrecernos mejores valores por el mero hecho de proceder de un concreto territorio. Pero la concepción del patriotismo tiene consecuencias más graves. Sostener que la defensa de un trozo de tela con unos colores estampados pueda merecer una sola gota de sangre es un trastorno mental al que se puede responsabilizar de muchas de las catástrofes mundiales. En última instancia, la bandera es otra forma de limitar la individualidad humana y someterla unos parámetros determinados. La evolución de la humanidad alcanzara su cénit cuando todos sus miembros obtengan la iluminación del alma apátrida, y, ante otro semejante, valoren únicamente sus cualidades personales.