lunes, 9 de abril de 2012

El glaciar

En el extremo austral de América, aguardando tras estepas, llanuras, bosques y montes solemnes, pervive el glaciar. Encajonado entre montañas olímpicas, monstruo sobrecogedor y silencioso, el hielo surge ante la mirada, compacto e irreal, remembranza pavorosa de eones congelados. El glaciar es un exceso monumental nacido de las entrañas circulares de la tierra, esculpido entre las condiciones climáticas, el ciclo de las lluvias y la angosta grandeza de las cordilleras. Desde las cumbres nevadas, la roca parece descargar un vómito de agua petrificada, extendido hasta el infinito, oculto entre las brumas del horizonte, domeñado, únicamente, por la gélida sinuosidad del lago. En el linde entre lo sólido y lo líquido, la pared se corta, resquebrajada, hendida por una espada procedente de estancias siderales. El hielo cruje, doliente, desde sus junturas inmemoriales y las aguas tratan de horadarlo en una pelea eterna. A veces, hastiados, caen pedazos desde la mole, estallan espumas fragorosas, navegan témpanos debelados, flotando alrededor de su matriz titánica. El glaciar cubre el mundo con una quietud sepulcral y su contemplación hipnotiza y seduce con una cadencia adormecedora. Es un camposanto insondable, heredero de un reino perdido, destinado a regresar algún día, por encima de las edades del hombre. Asemeja un gigante unitario, monótono e inabarcable, pero entre sus salientes gélidos resaltan tonalidades maravillosas. El hielo juega con el sol y luce sus galas heterogéneas, colores ufanos, antiguos, pretéritos, lozanos o precoces, diamantinos en su superficie inferior. El glaciar es un innovador estético que utiliza una insólita materia prima para equilibrar su belleza. No recurre a verdes acogedores, arboledas inmensas, cimas majestuosas, torrentes impetuosos, arenas infinitas, ríos prístinos o llanuras salpimentadas de flores. Él es el hielo transformado en obra de arte, una concepción única de lo mirífico de la tierra. En sus volúmenes imperiales, hay un mensaje cifrado, procedente de tiempos remotos. Es reducto y avanzada de épocas inefables, admonición del planeta de su señorío incontrovertible, advertencia de mármol frío para sus pretendidos sojuzgadores.

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