En el extremo austral de
América, aguardando tras estepas, llanuras, bosques y montes
solemnes, pervive el glaciar. Encajonado entre montañas olímpicas,
monstruo sobrecogedor y silencioso, el hielo surge ante la mirada,
compacto e irreal, remembranza pavorosa de eones congelados. El
glaciar es un exceso monumental nacido de las entrañas circulares de
la tierra, esculpido entre las condiciones climáticas, el ciclo de
las lluvias y la angosta grandeza de las cordilleras. Desde las
cumbres nevadas, la roca parece descargar un vómito de agua
petrificada, extendido hasta el infinito, oculto entre las brumas del
horizonte, domeñado, únicamente, por la gélida sinuosidad del
lago. En el linde entre lo sólido y lo líquido, la pared se corta,
resquebrajada, hendida por una espada procedente de estancias
siderales. El hielo cruje, doliente, desde sus junturas inmemoriales
y las aguas tratan de horadarlo en una pelea eterna. A veces,
hastiados, caen pedazos desde la mole, estallan espumas fragorosas,
navegan témpanos debelados, flotando alrededor de su matriz
titánica. El glaciar cubre el mundo con una quietud sepulcral y su
contemplación hipnotiza y seduce con una cadencia adormecedora. Es
un camposanto insondable, heredero de un reino perdido, destinado a
regresar algún día, por encima de las edades del hombre. Asemeja un
gigante unitario, monótono e inabarcable, pero entre sus salientes
gélidos resaltan tonalidades maravillosas. El hielo juega con el sol
y luce sus galas heterogéneas, colores ufanos, antiguos, pretéritos,
lozanos o precoces, diamantinos en su superficie inferior. El glaciar
es un innovador estético que utiliza una insólita materia prima
para equilibrar su belleza. No recurre a verdes acogedores, arboledas
inmensas, cimas majestuosas, torrentes impetuosos, arenas infinitas,
ríos prístinos o llanuras salpimentadas de flores. Él es el hielo
transformado en obra de arte, una concepción única de lo mirífico
de la tierra. En sus volúmenes imperiales, hay un mensaje cifrado,
procedente de tiempos remotos. Es reducto y avanzada de épocas
inefables, admonición del planeta de su señorío incontrovertible,
advertencia de mármol frío para sus pretendidos sojuzgadores.
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