miércoles, 27 de julio de 2011

Dos novelas de dictador

Latinoamérica, desde su independencia, ha sido una tierra maltratada por el despotismo autoritario. Esta lacra crónica se aposentó, prácticamente, en todos los países del entorno, marcando la conciencia colectiva de sus habitantes. La literatura no fue ajena a esta influencia tiránica, y, coincidiendo con el profuso desarrollo de las letras experimentado por el continente durante el siglo XX, en su seno germinó, incluso, un género propio, la denominada Novela de Dictador. Son múltiples sus expresiones y orientaciones estilísticas, pero, quizá, los dos ejemplos más populares sean El Otoño del Patriarca y El Recurso del Método, creaciones del colombiano Gabriel García Márquez y el cubano Alejo Carpentier, respectivamente.

El Otoño del Patriarca, publicado en 1975, fue la obra inmediatamente posterior al mayor éxito universal de García Márquez, Cien Años de Soledad. Ésta había impulsado a su autor hacia el reconocimiento y la gloria, ganándose millones de lectores a lo largo y ancho del globo. Era un libro solemne, trascendente y elaborado, pero, a la vez, capaz de atrapar a cualquier que abriera sus páginas. García Márquez sostiene que, presionado para, en años sucesivos, elaborar otra historia similar, decidió que su siguiente narración había de ser completamente diferente, casi, en sus propias palabras, un anti – cien años de soledad. Así, nació El Otoño del Patriarca, centrada en la figura de un sátrapa latinoamericano, eterno gobernante de una imaginaria nación del Caribe. Construida con un estilo sumamente peculiar, volcado de prosa en bruto, carente de puntos, párrafos, sostenida su eufonía por puntuales comas, la influencia de William Faulkner y su discurso caótico se deja sentir más que nunca. La línea argumental, no obstante, no llega a resultar, como en el caso de éste, un desafío críptico, sino que puede ser seguida sin mayores problemas. Como en otros textos del autor, el marco temporal es difuso, alternativo, no necesariamente lineal, relatando hechos cronológicamente posteriores, para luego retornar a su causa original. García Márquez traza a un tirano aislado, iletrado, más brutal que sádico, amante de su madre, Bendición Alvarado, mujeriego incontrolable, pero sin una pizca de seductor elegante. Tras sus páginas, se infieren los arquetipos del drama latinoamericano, la presión del imperio yankee, los cruentos enfrentamientos civiles, la apariencia inconmovible de los regímenes opresores, todo ello en un marco de exuberancia tropical. El don de García Márquez levanta un mundo seductor, hipnótico, a veces real, otras fantástico, donde el hecho histórico mantiene un poso constante, pero es vuelto a elaborar desde un punto de vista maravilloso.

El Recurso del Método, editado en 1974, es, por su parte, una de las novelas más conseguidas del magistral escritor cubano. La obra de Carpentier es uno de las muestras más desorbitadas de concentración cultural, y, en cada una de sus frases, trasluce tal dominio del arte que, en ocasiones, llegan a resultar avasalladoras. Carpentier es, probablemente, la prosa más perfecta en la historia de la literatura latinoamericana, y, a pesar de que, en un primer contacto, sea complejo internarse en los cauces de su escritura barroca, una vez que la mente se acomoda, su lectura resulta una experiencia sensorial. Si, en El Otoño del Patriarca, el protagonista es sucio, ignorante y, a su manera, ingenuo, en El Recurso del Método, Carpentier dibuja a un dictador ilustrado, inteligente, culto, residente, gran parte del año, en el París de principios del siglo XX. Aferrado a su prodigiosa habilidad semántica, el lector puede pasear por recepciones de gala, lujos de toda índole, privilegiados goces parisinos y discusiones intelectuales, para luego, en capítulos siguientes, asistir al regreso al feudo en Sudamérica, el sofoco de las revueltas populares, el bullir de movimientos revolucionarios, el constante intervencionismo estadounidense y el progresivo ocaso del mandatario. Sería harto complejo resumir todos los matices de la obra; hay una parábola del desarrollo histórico, un simbolismo de lo perecedero del poder, una amarga reflexión sobre lo utópico del cambio. Alrededor de sus líneas, flota un tono de ironía trágica, un humor sibilino, no apto para rotundas carcajadas, pero sí para la asunción de una fatalidad inefable.

El poder absoluto fascina a algunos artistas con una fijación turbadora. En ambas novelas, es obvio que los autores realizan una crítica severa, dolida, nacida de la herida del pueblo latinoamericano. No obstante, la excelencia literaria llega a ser tan intensa que, por momentos, parece inferirse que, sin saberlo, el narrador, en lo profundo de su inconsciente, siente una inconfesable atracción por el personaje del tirano.

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