martes, 16 de octubre de 2012

Sobre el delfín

Tiene algo de sueño, el delfín, una esencia irreal o etéra. Lo vemos rasgando la superficie de las aguas. Allá sale, la aleta firme entre las olas, mientras su cola agita la espuma y proyecta volutas de sal y misterio. El delfín asciende desde sus profundidades y se deja acariciar por los hombres, pero observa la claridad del sol y el tenue hedor de la decadencia perpetua, y ya desea huir de nuevo a su reino submarino. Habla y se comunica en un lenguaje ignoto, indescifrable, practica el vocabulario de los seres mitológicos, el verbo perdido de las sirenas. Los marinos lo ven, lo señalan, se embelesan y sonríen. Ha surgido a la par que la nave, sigue su curso durante unas millas. Fascinándose con su estilismo, quieren ser parte de su secreto, pero el delfín ríe, venturoso, y se hunde en la inmensidad del océano. Se deja arrullar por los niños, tomar fotos por los turistas, abrazar por bañistas afortunados o alimentar por oceanógrafos y documentalistas. Pero es sólo lástima, piedad, condescendencia de alma sabia. Llora por nosotros, el delfín, nos compadece desde su paraíso sumergido. Ya sólo hay cabrilleo, aguas trémulas, mares en silencio, ya sólo hay un rumor de olas donde antes nadaba el príncipe de las mareas.

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