Rucapillán,
la Casa del
Espíritu
el miedo
ancestral
colérico
el fuego
preternatural
lámpara
pavorosa
para los
indios araucanos
Rucapillán,
el monte
coronado de fuego
el hielo
tornado en ceniza
el azufre
expedido
la nieve
desplazada
el río de
fango y magma
arrollando la
primavera del mundo
Rucapillán,
el volcán de
Villarica
el cetro
gélido de Pucón
el silencioso
monarca
de los lagos
Y tras la
escalada,
está la cima
blanca como
las nubes acariciadas
Y tras el
esfuerzo,
están la
grieta profunda
el ojo de
Hefesto
la chimenea
del horno primigenio
El albo
petrificado
en las
alturas
El frío
consentido
por las
llamas
La estampa
perpetua,
impertérrita
El pico
nevado
dominando la
distancia
Pero escucha,
tiembla la
tierra, allá abajo
Pero atiende,
vuelan los
pájaros, aterrorizados
Deténte,
el paraíso
se conmueve, de nuevo
Ya rugen los
dioses en su caldera,
ya escupe su
ira la montaña
Rucapillán,
guarida de
parsimoniosos demonios
Rey solemne y
rocoso
de un Edén
condicionado
Corre,
abandona la
belleza
Huye,
despide el bosque y el arroyo
En la cima de
la Araucanía,
crepitan
hogueras siderales
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