miércoles, 9 de mayo de 2012

El volcán

Rucapillán,
la Casa del Espíritu
el miedo ancestral
colérico
el fuego preternatural
lámpara pavorosa
para los indios araucanos

Rucapillán,
el monte coronado de fuego
el hielo tornado en ceniza
el azufre expedido
la nieve desplazada
el río de fango y magma
arrollando la primavera del mundo

Rucapillán,
el volcán de Villarica
el cetro gélido de Pucón
el silencioso monarca
de los lagos

Y tras la escalada,
está la cima
blanca como las nubes acariciadas

Y tras el esfuerzo,
están la grieta profunda
el ojo de Hefesto
la chimenea del horno primigenio

El albo petrificado
en las alturas
El frío consentido
por las llamas
La estampa perpetua,
impertérrita
El pico nevado
dominando la distancia

Pero escucha,
tiembla la tierra, allá abajo
Pero atiende,
vuelan los pájaros, aterrorizados
Deténte,
el paraíso se conmueve, de nuevo

Ya rugen los dioses en su caldera,
ya escupe su ira la montaña

Rucapillán,
guarida de parsimoniosos demonios
Rey solemne y rocoso
de un Edén condicionado

Corre,
abandona la belleza

Huye,
despide el bosque y el arroyo

En la cima de la Araucanía,
crepitan hogueras siderales

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