El hombre,
estaba en su primavera
protegido del frío eterno
en sus cuevas
en las profundidades del mundo
hundido hasta los tuétanos
en las simas de su propio
inconsciente
El hombre
con las manos impregnadas
acariciando la roca
el vientre de la madre
dibujando
en la penumbra del útero de piedra
eran él y el trazo mágico
- el búfalo, el ciervo, el alce,
el mamut silencioso y melancólico -
El hombre
vivía aterido
temeroso del salvajismo de la tierra
oyendo los rumores
amenazantes
los ecos de los vientos polares
surcando las costuras palpitantes
del mundo
El hombre
solitario, alumbrando por hogueras
trémulas
él solo y quizá algo más
él solo y además todo
el todo de la humanidad en sus
albores
el llanto de la tribu universal
de la niñez primera
y el lienzo hirviendo de sueños
de imágenes y fábulas
Él, al final de la gruta
sucio, desdentado,
quizá enfermo
musitando letanías olvidadas
levitando en el éxtasis del arte
sorprendido, fascinado
temeroso de su pintura
ignorante de su propio
genio
Y algún día,
puede que muera
quizá en el abismo
o en la pradera
herido, o afiebrado
El hombre cerrando los ojos,
enterrado, frío y desconocido
lejos de su anónima maravilla
La sima,
cegada por el tiempo
Los hombres,
enfrentados para siempre
Y la luz eléctrica,
el sucesor, el descendiente
milenario
Horadando en la memoria
vaga y soñada
del éter del universo
Alumbrando las paredes
caminando, a paso lento
agachado, cubriéndose
cauteloso
de la telaraña de escarpias
y colgantes dientes
cavernarios
Allí está el hombre,
otra vez
embelesado ante aquel estallido
la mirada fija, el foco caído
en el suelo
Y el cuadro sobre la piedra
exhumado de un sopor de siglos
el dibujo, la pasión
la incognoscible inspiración
del chamán primigenio
Revelada al mundo, celebrada,
estudiada e idolatrada
asediada por la emoción,
la curiosidad,
el tedio de la visita forzada
Allá en lo alto
abajo, entre los túneles y las
quebradas
duerme el sueño de las beldades
la expresión más humana de la
tierra
Está el esbozo, la vívida
recreación
de criaturas perdidas,
está la lumbre de los tiempos
Está él
El hombre,
tendido sobre las pieles
arrastrando un dedo rojo
sobre la corteza infinita de la
tierra
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