La vejez es multiforme y
subjetiva, cambiante y caprichosa. Puede ser regalo para algunos,
puede ser condena para otros. Hay ancianos vigorosos y viejos
amargados. Hay quien encuentra la tranquilidad y quien muere de
tedio. Todo depende de cómo se alcance la senectud. Todo depende de
cómo se asuma el declive. La vejez es el ocaso de los tiempos
maquillado por la sabiduría y la pose solemne, pero si los años no
caen sobre la piel, y comienzan a lacerar el ego, el ser humano se
desquicia y protagoniza un envejecimiento bufonesco. Nada hay más
ridículo que el rostro apergaminado, estirado hasta el infinito por
el corte sórdido del bisturí y la inyección subcutánea de la jet
set millonaria. Quien viva rodeado de miseria, acostumbrado al pavor
de la mortandad prematura, encontrara el marchitarse del organismo un
don de la deidad, pero el habituado a realizarse a través del
despliegue físico habrá de hacer un esfuerzo espiritual para
acomodarse al estado de progresiva decadencia. La vejez se mira con
recelo desde la estancias juveniles, se advierte con miedo desde la
cercanía del linde de los maduros. Hay quien la escucha, la respeta.
Hay quien la ignora porque la teme. La vejez es un espejo incólume e
inevitable. Siempre preferible al único modo de evitarla. Nada es
eterno, ningún esfuerzo detiene lo obvio. Todo son diques ante un
torrente aséptico, muros fútiles contra el ímpetu de la
naturaleza. Se nace débil y vacío, embargado por la felicidad de la
mente virgen. Se puede morir, también, débil, vacío, desgastado el
intelecto por el cansancio de los años. La vida y la muerte se unen
en los extremos, atraviesan un pago ignoto para comunicarse a través
de pasajes siderales. Son los mismos ojos los que se abrieron aquel
día, los que se cierran, sin testigo vivo de su primera mirada,
cuando el corazón ya se ha apagado y la sangre detiene el bombeo. La
vejez es una carcasa neutra, una polichinela del tiempo, una
entelequia orgánica a la que sólo los temores del ser humano
aportan significado. Es un atributo imponderable, la última
oportunidad de apertura del espíritu.
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