El monarca y el
subordinado. El ego y la envidia. Dos rostros de la paradoja humana,
la mezquindad y la grandeza sobre el eje de una dualidad
imperecedera. La Historia repite arquetipos con una cadencia
fascinante. No importa el siglo, siquiera el milenio. Las estructuras
de poder se reiteran, las tragedias reverdecen, los hombres se
relacionan ante un espejo invisible. El mundo del pasado es un mundo
de arrojo y guerra. El triunfo militar es la sublimación de la
excelencia. El héroe, el paladín, el estratega, el ídolo de las
masas. El gobernante, supremo y narcisista, no puede soportar los
éxitos de sus más renombrados comandantes. El jolgorio por la
victoria posee un límite determinado, la fama creciente, el miedo
paranoico a ver ensombrecido su dominio. Tal fue Valentino III con el
último héroe de Roma, el bárbaro Flavio Aecio. Aquel caballero
extemporáneo había otorgado aliento al Imperio en mitad de su
derrumbe colosal, pero las habladurías y maledicencias lo condenaron
a una sucia muerte por asesinato. Robert Graves inmortalizó la
tristeza del portentoso Conde Belisario, condenado a un final
hiriente, a pesar de sus inmaculados servicios, por el despotismo
cuasi divino de Justiniano I. Es el tributo inmerecido de los hombres
enteros, la mediocridad contenida tras el lujo del soberano. Los
ejemplos son copiosos hasta un grado inquietante y cuanto menos
malicioso sea el general en entredicho, mayores sus probabilidades de
terminar sesgado por los celos. El mejor de los caballeros de Alfonso
VI, rey de León y de Castilla, vivió la mitad de su existencia
desterrado de su patria. Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, sembró el
germen de una obra excelsa de la lengua castellana, pero también
personificó el absurdo de la brillantez despreciada y abandonada. El
esquema se prolonga hasta las puertas del pasado más reciente. Hay
quien dice que Hitler profesaba cierta desazón hacia Erwin Rommel,
el laureado Zorro del Desierto de las dunas norteafricanas. El mismo
Stalin hostigó al mariscal Zhukov y aunque no llegó a atreverse a
exterminarlo durante sus purgas, tal era la fama del héroe entre la
población soviética, sí lo condenó al ostracismo en
posiciones irrelevantes. En Cuba, el general Arnaldo Ochoa, vencedor
en la liberación de Angola, fue fusilado por delitos de
narcotráfico, pero algunos estudiosos consideran que su proceso fue
una maniobra de Castro para desprenderse de un foco latente de
oposición política. Sólo el avispado sobrevive, sólo quien es
capaz de dejar atrás la honra y la formalidad de la palabra dada. A
Hernan Cortés lo incomodaron desde la base de Cuba e incluso su
gobernador, Diego Velázquez, llegó a enviar un subalterno para
atraparlo durante su conquista de México. Cortés supo no ser dócil
y alejar de sí el yugo inmemorial de la jerarquía. La Historia
aleccionando con la moral dudosa de la civilización humana. El
noble, el entregado, el confiado en librarse de todo mal probando su
manifiesta inocencia, es pasto para las fieras del poder, un pedazo
de carne arrojado a la jauría. La rectitud inmaculada es
garantía de muerte. Sobrevive sólo el que aprende a pensar para sí
mismo, el que encuentra dentro de sí una pequeña veta de malicia.
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