lunes, 2 de julio de 2012

Soberanos y subordinados

El monarca y el subordinado. El ego y la envidia. Dos rostros de la paradoja humana, la mezquindad y la grandeza sobre el eje de una dualidad imperecedera. La Historia repite arquetipos con una cadencia fascinante. No importa el siglo, siquiera el milenio. Las estructuras de poder se reiteran, las tragedias reverdecen, los hombres se relacionan ante un espejo invisible. El mundo del pasado es un mundo de arrojo y guerra. El triunfo militar es la sublimación de la excelencia. El héroe, el paladín, el estratega, el ídolo de las masas. El gobernante, supremo y narcisista, no puede soportar los éxitos de sus más renombrados comandantes. El jolgorio por la victoria posee un límite determinado, la fama creciente, el miedo paranoico a ver ensombrecido su dominio. Tal fue Valentino III con el último héroe de Roma, el bárbaro Flavio Aecio. Aquel caballero extemporáneo había otorgado aliento al Imperio en mitad de su derrumbe colosal, pero las habladurías y maledicencias lo condenaron a una sucia muerte por asesinato. Robert Graves inmortalizó la tristeza del portentoso Conde Belisario, condenado a un final hiriente, a pesar de sus inmaculados servicios, por el despotismo cuasi divino de Justiniano I. Es el tributo inmerecido de los hombres enteros, la mediocridad contenida tras el lujo del soberano. Los ejemplos son copiosos hasta un grado inquietante y cuanto menos malicioso sea el general en entredicho, mayores sus probabilidades de terminar sesgado por los celos. El mejor de los caballeros de Alfonso VI, rey de León y de Castilla, vivió la mitad de su existencia desterrado de su patria. Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, sembró el germen de una obra excelsa de la lengua castellana, pero también personificó el absurdo de la brillantez despreciada y abandonada. El esquema se prolonga hasta las puertas del pasado más reciente. Hay quien dice que Hitler profesaba cierta desazón hacia Erwin Rommel, el laureado Zorro del Desierto de las dunas norteafricanas. El mismo Stalin hostigó al mariscal Zhukov y aunque no llegó a atreverse a exterminarlo durante sus purgas, tal era la fama del héroe entre la población soviética, sí lo condenó al ostracismo en posiciones irrelevantes. En Cuba, el general Arnaldo Ochoa, vencedor en la liberación de Angola, fue fusilado por delitos de narcotráfico, pero algunos estudiosos consideran que su proceso fue una maniobra de Castro para desprenderse de un foco latente de oposición política. Sólo el avispado sobrevive, sólo quien es capaz de dejar atrás la honra y la formalidad de la palabra dada. A Hernan Cortés lo incomodaron desde la base de Cuba e incluso su gobernador, Diego Velázquez, llegó a enviar un subalterno para atraparlo durante su conquista de México. Cortés supo no ser dócil y alejar de sí el yugo inmemorial de la jerarquía. La Historia aleccionando con la moral dudosa de la civilización humana. El noble, el entregado, el confiado en librarse de todo mal probando su manifiesta inocencia, es pasto para las fieras del poder, un pedazo de carne arrojado a la jauría. La rectitud inmaculada es garantía de muerte. Sobrevive sólo el que aprende a pensar para sí mismo, el que encuentra dentro de sí una pequeña veta de malicia.

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